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OCTAVIO JAMES
1.
Señora Antonia Porcuna del Tomizar, cabrera.
Salimos pues al camino -robledal de Corpes- con ánimo de agradar
(la refriega, el manto, el analista Orum)
y unos seres llamados Grises interpelaban:
este es el inicio
de una historia
que se postula heroica, sustentada
en la selección de monedas, en la discriminación
de monedas mediante el sonido –nuevas técnicas de selección
de monedas
que atienden al impacto
y a su sonido-. Mas fueron los andantes,
caminantes
venidos de la nada, los que importunan, los
no nacidos: nadie supo nunca
qué aparición, qué
horario era
el que debimos seguir para evitarlos;
irrumpieron
en nuestros corazones, vimos
la espantosa muerta degollada, un protomártir, sitiado
en el Dique Flotador,
miliarios, un sinfín de fuentes epigráficas, cúrcuma, bayoneta,
todo tipo de inscripciones rupestres,
Antonia, dicen
de ti
que eres persona muy respetada, que te devuelven
las llamadas; como que la primera vez que oí la expresión
“a ti no te respeto, a Ud si le respeto”
fue a cargo del individuo
menos respetable
que he conocido. Así fue así. Él, el no respetable, él me habló,
en Canarias, en casa de Ramos padre, de ese
gigante, rey de los agentes, ese Charles
Ives, y su trompeta
atronadora.
Volviendo al camino, junto
al humilladero,
al patíbulo, -madero podrido,
Porcuna del Tomizar, monedas-;
qué años, vencidos
nada nos puede, reventamos pero
vamos ya, siempre
adelante, hacia adelante
como ratón de autopista, muñecos,
ojos de mosca,
múltiples.
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MULATA
Una mujer de cuatro cuerpos.
Lasciva.
Asesina de almas, bebedora
de ingentes cantidades
de cerveza de plátano. Comía
la luz del sol, trataba
el azufre aprisionado en la materia
como esos ofidios sólidos
que perforan
nuestras partes;
en el primer encuentro
se erigió en símbolo
de la ley organizadora.
Antonia Porcuna del Tomizar,
cabrera,
cambiaste mi mano abierta apoyada
en el mazo de la baraja española,
sin expectativas de destino,
por esa masa espesa ensortijada
y el busto de picadillo de carne magra.
Qué clamor en el gobierno, falda
de Vasconcelos, corpiño
de goma elástica, sangre
en las uñas cortas, piernas
de galga ahorcada, dibujitos
en la piel: aros
de pasta sémola, grilletes,
y plumas de alcaravana. En la calle
una sólida fricción de muslos. En la casa
aquel silbido de acero y la caja
vacía
ya entonces
de dientes
y demás alhajas.
Señora laxa, pantera,
cuánto la admiro yo a usted.
Culata.
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