Logo_animado


relacionadas con nuestro pueblo

Julián María y su relación con Porcuna

"El único pariente [por parte de su familia materna] que tenía presencia era el tío Juan, pero luego se trasladó a una cátedra en Madrid, en la Escuela de Comercio... Mi madre tenía otro hermano algo mayor, Rogelio, casado y con hijos, y otras dos hermanas [aparte de Araceli, soltera, que siempre vivió con la familia de Julián Marías], Guadalupe y Concha, también con amplias familias. Todos vivían en Andalucía. Mi tía Concha estaba casada con un hombre encantador, el tío Víctor Funes, que era primo; era médico, había sido compañero de Ortega en el colegio de El Palo, junto a Málaga; muy alto, calvo, simpático y cariñoso, era mi tío predilecto, y llegué a tener con él verdadera amistad cuando tuvimos ocasión de tratarnos" (J. Marías, Una vida presente. Memorias 1, Alianza Editorial, Madrid, 1989, 32)

"Creo que fue por entonces [años 1929 y 1930] cuando fui por primera vez a Andalucía, a pasar una breve temporada en casa de mis tíos Víctor y Concha, en Porcuna. Fue delicioso. Eran encantadores y muy cariñosos conmigo. Tenían tres hijas preciosas, entre veinte y dieciséis años, y otra pequeña, todavía niña; y un hijo un año más joven que yo. Mi tío Víctor me llevaba a su tertulia, que me gustaba mucho: un par de médicos, un boticario, el notario, algunos terratenientes; gente habladora, simpática, con gracia, sin pedantería. El notario tenía una hija llamada Tina, elegante y desenvuelta, bastante guapa, que fue la protagonista de una representación de aficionados en el Casino: Rosas de otoño, de Benavente; también cantaba con gracia canciones de la época.  En el casino leí Sin novedad en el frente, de Erich Maria Remarque, el gran éxito del año. Y me aficioné definitivamente a la cocina andaluza, que ya conocía gracias a mi madre, y que me ha parecido siempre muy atractiva. Desde que nací era costumbre que enviaran a mi casa un cesto de aceitunas, que mi madre preparaba y aliñaba: una parte menor, "machacadas", con un golpe de mazo de madera, que se podían consumir pronto; el resto, rajadas, que tardaban en estar comestibles. A las aceitunas solían acompañar magdalenas, hornazos y cosas semejantes, que rimaban con los pestiños y las rosquillas que hacía mi madre. Se preguntará si todo esto tiene algo que ver con la vocación intelectual; si se piensa en que el sujeto estaba entre los ocho y los dieciséis años, y no se es demasiado pedante, creo que sí" (J. Marías, op. cit., 70-71).

Curiosidad enviada por: Raúl Ruiz Callado rrc3@alu.ua.es