INSOMNIO
«El día que una mujer pueda no amar con su debilidad sino con su fuerza,no
escapar de sí misma sino encontrarse,
no humillarse sino afirmarse, ese día el amor será para ella, como para el
hombre, fuente de vida
y no un peligro mortal».
Simone de Beauvoir
“Buenos días mundo”, escribió en su perfil de
Facebook bajo una fotografía hecha hacía al menos cien años, según se le
antojaba a ella. Preciosa, impecable en su uniforme de azafata de congresos que
le evocaba vivencias de las que siempre renegó con ahínco por las situaciones de
humillaciones machistas con las que tuvo que lidiar:
«¡Mira qué estás buenorra!»,
mascullaba el asqueroso de turno.
«Dime dónde quieres que te ponga un
piso, preciosa» susurró otro día un
imbécil, «lejos de mi barrio, eso sí,
que mi mujer es muy celosa. Tampoco hay que ponerse así tía, buena estás un
rato, pero tampoco para pagarte mucho», recordó.
Claro que de eso habían pasado casi cien años, según se le antojaba a ella, y
ahora miraba el retrato de otra forma, intentando ver solo la persona que
realmente fue, o al menos la que intentó ser.
Había vuelto a pasar una noche de perros. Aunque se ofreció al dios Morfeo para
que la poseyera en todas las posturas, tampoco para el dios del sueño parecía
existir. Se volteó cien veces en la cama, intentó dormir cara al techo, de
espaldas... Comenzó con ejercicios de respiración, lengua en el paladar apoyada
en los dientes, inspirar, uno, dos tres... segundos, expirar despacio... repetir
una y otra vez..., hasta que agotada recurrió a lo prohibido y se echó dos
somníferos a la boca. Y joder, por fin notó la posesión del descanso, odiaba y
amaba aquella droga que era su única aliada.
Cuando despertó, miró el reloj, era casi mediodía. Pero bien, había conseguido
dormir casi cinco horas. ¡Todo un récord! Encendió la luz y buscó con la mirada
la pierna ortopédica. ¡Mierda!, que lejos la había dejado. Agarrada a los
muebles llegó a su objetivo y se dispuso a enfrentarse a uno de los momentos más
duros del día.
Frente al espejo volvió a lavar la cara llena de pequeñas cicatrices de aquella
desconocida, que sentía que era ella misma, que horribles recuerdos le hacían
saber que lo era.
Prisas, prisas, prisas y el coche que venía de frente... Prisas de la
ambulancia, de los sanitarios, prisas, prisas, prisas... y después mucha
oscuridad, mucho silencio, aunque lo que menos esperaba, lo que más dolió hasta
hacerla oír el ruido de miles de cristales rompiéndose y lacerando su cabeza
durante todo el tiempo, fue la palabra “Adiós” que a él solo le costó unos
segundos pronunciar.
Ese adiós sin más, no duró lo suficiente como para que ella pudiera escrutar
porque se iba en los otros ojos, ni para dar tiempo a que él observara la
súplica de sus pupilas, en las que podía contemplarse la ruina de la vieja
esperanza de construir unidos vida sobre la tierra.
Se marchó antes de ver ni una de sus lágrimas, antes de ver lo que en un
semblante de dolor originan el odio y la rabia súbitos y lacerantes.
Touché.
Mucho más duraban sus “te quiero” una semana antes, mucho más tardó en
convencerla con sus caricias de que se quedara unos besos más, unos suspiros
más, un llévame a tocar de nuevo el cielo. Tras eso las prisas.
Después tuvo que oír como el psicólogo lo disculpaba argumentando que "el pobre"
seguramente era un hombre inmaduro que no podía enfrentarse a situaciones de
dolor, como le ocurría del diez al quince por ciento de los varones, que... ¡qué
hijos de puteros todos esos! pensaba ella, que no asimilaba que tal cosa hubiera
ocurrido, que le resultaba imposible olvidar como él indagaba en los pliegues de
su cuerpo y volaba junto a ella hasta el templo del éxtasis, rodeados de
penumbra.
Ella sí tenía que ser fuerte, le explicó el cura cocos. Ella tenía que salir
adelante con mucha valentía. Ella acero. Ella mármol de estatua que aguanta
estoicamente nieve, lluvia, granizo o un sol achicharrante. Ella, hierro puro.
Pero lo que ahora buscaba cobarde en la penumbra cada mañana era evitar la
visión de las cicatrices, los mismos recuerdos, esa lucha en solitario contra
los dolores físicos y los dolores del alma y, sobre todo, huir cada noche de ese
insomnio impertinente plagado de fantasmas que podían traspasarla y romperla por
dentro, y que eran sus únicos acompañantes.
¿Sería depresión ese desapego a la vida?
«Vete un tiempo a la costa, cambia de
aires», le recomendaron.
«Admite que tu vida ha dado un giro y
empieza a vivirla desde la nueva dirección que ha tomado...
»
«¡Gente lista iros a...! »,
pensaba mientras guardaba sus caras en el apartado de los odiosos.
«Gente sin problemas. ¿Qué sabéis
vosotros imbéciles? ¿El agua del mar me devolverá mi rostro, mi pierna, mi vida,
o tal vez me broncearé resaltando mis cicatrices?»
“Buenos días mundo”, escribió desde un
apartamento en la playa mientras sorbía un café mirando desde la ventana el mar
inmenso dividido en estrías por la luz, y continuó con un relato de socorro, que
al igual que los días anteriores no leyó nadie.
«¿Sabéis que aúllo sonámbula en la noche
para silenciar los gritos de auxilio de mi mente?»
«¿Dónde estáis todos?»
«Venid aunque vuelva a echaros».
«Vuelve, necesito un beso».
«¿Será depresión este desapego a la
vida?»
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Algunos conocidos escribieron "¡guapa!" junto a la foto de hacía más de cien
años.
«Cualquier día mostraré la realidad en
otra imagen, ya que no leéis cómo me describo».
«Guapo, tú».
«Tú más»,
fue respondiendo con la misma hipocresía que pensó utilizaban con ella.
Y él, ¿se habría arrepentido? Lo llamó. La respuesta se la dio una voz enlatada:
"El número marcado no existe".
“Jajajajaja”, reían los fantasmas bailando arrítmicos a su alrededor y
repitiendo machaconamente: "El número marcado no existe, el número marcado no
existe. Jajajajaja”.
Marcó números de amigas con las que en su anterior vida había reído, por si por
suerte les sobraba una sonrisa que ella pudiera añadir a ese día. Pero al igual
que ella antes, andaban en sus tareas cotidianas, y acababan mandándole whatsapp
en el que prometían llamarla en cuanto pudieran.
Hubo mañanas que amanecieron lluviosas, otras con el mar embravecido y hubo una
mañana en la que un sol tórrido entró por la ventana y secó las macetas del
balcón, y a ella, que no supo ser mármol de estatua. En su Facebook hacía mucho
que no escribía nada y como siempre nadie se interesó, aunque esto cambió cinco
segundos después de que en la televisión dieran la noticia (ahondando sin pudor
en el morbo) del hallazgo del cadáver de una mujer de treinta y cuatro años, que
parecía llevar varios meses muerta en un apartamento de la costa.
No tenía parientes directos. Las causas aún no estaban claras. Todo apuntaba a
una sobredosis de somníferos. La mujer había sufrido hacía ocho meses un
accidente por el que aún se encontraba de baja laboral y continuaron relatando
todos los dolorosos pormenores. Los médicos alertaron a los servicios sociales
de que la paciente no acudía a las visitas médicas rutinarias. Gracias a ello se
encontró el cadáver.
Un aluvión de mensajes que ya solo podían leer quienes los mandaban, fueron
escritos en Facebook: “te quiero”, “te echaré de menos”... Frases vacuas que
ahora, menos que nunca, servían para nada, ni siquiera para acallar la
conciencia de quienes lo intentaban escribiéndolos, y que pasado un tiempo
dejaron de llegar; aunque su foto de perfil, en la que estaba preciosa,
impecable en su uniforme de azafata de congresos, sigue todavía pululando por la
red junto a sus mensajes de auxilio que pienso que aún no ha leído nadie.
El último se repetía un día más, era como un susurro dirigido a ella misma:
«¿Será depresión este desapego que
siento a la vida?»
Autora: Lucía Rojas Casado.
(Primer premio del CERTAMEN LITERARIO "8 DE MARZO", DÍA
INTERNACIONAL DE LA MUJER 2019,
organizado por la Asociación de Mujeres "Despertar Femenino" de Porcuna).
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