SELFIE
Se rascó la calva grasienta, interceptando
con la mano el brillo rancio de la piel; asió la estilográfica de oro, apoyada
en escritorio momentos antes, y comenzó a tomar anotaciones con cierta
solemnidad: “La mirada un tanto extraviada, errática; un deshilachado rizo
multicolor, nacido con raíces canosas y débiles, discurre lánguido al lado
izquierdo del rostro, cruzando artificialmente la visual del ojo amoratado; cara
temblorosa con surcos secos de lágrimas que erosionaron inmisericordes el
recargado maquillaje; manos inquietas forzando irreflexivamente un cruce
angustioso y un roce continuo de los dedos, provocándose daño intencionadamente.
La respiración, sin embargo, increíblemente pausada y sosegada”
- Y dígame señora… Leonor: ¿Qué le ha traído
hasta aquí?
- ¡Ah! ¿Puedo hablar ya? Pensé que usted aún tenía que escribir algo más.
- Ya le he dicho que antes de comenzar mi sesión soy de tomar apuntes. Es una
mera costumbre o quién sabe si un defecto profesional que luego me es sumamente
útil. Va en beneficio de todos. Pero… cuénteme, cuénteme cada pormenor.
- ¿Defecto profesional? Igual lo suyo es una virtud. Ya sabe el lema a seguir:
ser positivo.
- Si claro, siempre es mejor el positivismo, la actitud asertiva, la sonrisa…
Vuelvo a insistir ¿Qué o quién le ha traído hasta aquí? Cuénteme, detalle cuanto
pueda.
- Mi marido. No sé si me nota – El doctor Eladio volvió a fijarse en el ojo
morado- Mi marido, sí señor. Igual podría haber sido un ladrón; un desconocido
abalanzándose para abusar de mí; el depravado vecino del quinto - que de rarito
tiene un rato largo - o mi inocente hijo, por haber perdido el móvil o
endemoniado por la adolescencia; pero hoy a esos no les tocaba. Le tocaba a mi
marido.
- ¿Ha interpuesto alguna denuncia? Puedo ayudarle en todo lo que me sea posible
- ¿En contra de mi marido? – Leonor se hizo la sorprendida y después tiró del
rizo.
- ¡De todos! – la indignación se apoderó de él y no supo mantener la compostura.
- No, no, no y…!Nooo! Me es imposible hacerlo. Por ahora no me está permitido.
Me he escapado: estoy aquí de incognito. Ruego: por favor atiéndame de
inmediato. He de regresar antes de que venga del trabajo. No sé si llegará ebrio
con la cara demacrada, maldiciendo santos y monjas a doquier. O de buen humor,
con un ramito de violetas, que es primavera, y un frasco de colonia. En todo
caso he de estar allí antes de que llegue… O Igual es una caja de bombones
crocante; pero espero que no: estoy haciendo régimen y está vez lo llevo muy en
serio ¿Me ve gorda o delgada?
- ¿Sabe usted que tendré que interponer yo la denuncia? Estoy obligado a ello.
- Si, lo sé. Es algo más que obvio. Mis nervios no me dejan hablar del
asunto...Me he fijado en la fotografía esa… ¿Es su mujer? ¿Verdad que sí?… Se la
ve muy guapa y feliz. Suerte la suya; aunque las fotografías las inventaron para
que al menos fuésemos felices unos instantes: desde que nos piden que sonriamos
o digamos patata... hasta que el flash nos deslumbra y hacemos gesto de comer un
limón o una banderilla picante.
- Y ese moratón tan aparatoso en el ojo ¿Le duele mucho?
- Hay cosas que duelen más que un moratón. El alma, el aliento, un desprecio; un
mal gesto.
- Evidentemente, si nos adentramos en la metafísica… encontramos más dolor y
desazón.
- Ahora no me duele, es como una simple capa de maquillaje barato. Luego, cuando
llegue el momento, por supuesto que sí me dolerá.
- Comprendo – hizo una nueva anotación: masoquista.
- Para eso está usted aquí. Para comprenderme ¿Le gusta el rizo pintado de
verde, violeta y amarillo?- fue ridícula la forma de cogerse el deshilachado
rizo y presumir.
- ¿Cómo ocurrió? – el médico empezó a dudar si la mujer tenía prisa.
- Le hice una tarta. Una tarta con muñigas de vaca porque había sido muy malo
conmigo cuando vivíamos en el campo –puso cara de vinagre la víctima.
- Pero mujer eso se hace cuando una decide escapar. Así no me extraña el
resultado. No me mal interprete porque es evidente que usted no se merece nada
de eso y …
- Y lo hice. Escapé, hui, volaticé mi ser; pero me obligaron a volver, hace
poco.
- De todos modos: ¡denúncielo, evidéncielo, desenmascárelo!
- No puedo. El pobre, no sabe planchar ni freírse dos huevos. No merece tal fin.
Si en el fondo no es tan malo. Incluso se le puede reprochar cierta candidez.
Fíjese que una vez le clavé un cuchillo y pensando que estaba muerto lo arrastré
por la nieve (Yo con mi pena, a pesar de mi venganza. Y el niño lloriqueando en
la cuna; mi madre impedida en la cama) y luego lo arrojé en el gélido rio. Lo vi
perderse arrastrado por la corriente: Adiós amor, adiós amor, le decía. Así,
lentamente, rodeado de los tonos pardos con los que impregna la noche a los
cuerpos, se perdía de mi vista. Lo de cándido lo digo porque luego apareció a la
noche, tiritando, con la nariz congelada, la ropa empapada. Yo, la verdad es que
lo esperaba y estaba preparada para lo peor; pero me preguntó que había para
cenar. Huevos fritos con ajos, patatas y chorizo; tu cena favorita -le dije. Me
abrazó, me dio dos besos y después de la cena… el postre lo puse yo.
El doctor pidió a doña Leonor que interrumpiese su relato para hacer nuevas
anotaciones. No pudo hacer ninguna más de tan consternado y confuso como se
hallaba y en su lugar garabateó el papel dibujando flores y manzanas.
- ¿Algún episodio más?
- ¿Con mi marido? Con mi marido, así: muchos – puso las manos hacia arriba he
hizo la pinza con todos los dedos para ilustrar la magnitud. Las pupilas
dilataron, los ojos se salían de las orbitas
- Le puedo sugerir la lectura de algunos libros de autoayuda. Le reforzará la
determinación para cambiar el tormentoso rumbo de su vida.
- Ya le he dicho que me da pena. Mucha pena mi marido. Lo tenía que haber visto
cuando me salvó del lupanar. Yo allí de puta, desgraciadita toda y el
prometiendo amor, respeto y cariño, enfrentándose al chulo. Mi marido es todo un
héroe.
(También, posible síndrome de Estocolmo- remarcó ahora- Estocolmo no: ¡Esto es
el colmo!.
- ¿Qué puede decirme de su hijo?
- Mi hijo, el pobre niño. Pues nada, que me llevó a la residencia después de
ponerse a su nombre todos mis bienes.
- ¿Y qué bienes le puso a su nombre? – el pobre aspecto de mujer pobre y
marginada hacían dudar tanto de la posible fortuna como de la ya puesta
entredicho cordura.
- Las fincas de Extremadura, con sus corderitos y olivos, don Eladio. Y las
fábricas textiles de Cataluña. Hay que ver las cosas que me preguntan. Le puedo
asegurar que eso de ir a la residencia fue cosa de mi nuera. Y mi nuera me
quiere mucho, no le quepa duda alguna.
- Algo más que contar – sabía el doctor que aquella mujer tenía que desahogarse
mucho más antes de ganársela del todo, perfilar correctamente su problema y
proponer una terapia paliativa, porque la verdad, dudaba que tuviera solución.
- Le puedo contar que una vez me suicidé. Sí, me suicidé siendo muy mayor. Me
sentía tan sola, tan enferma, tan inútil y destruida por la melancolía. Tenía
una bonita cadena de plata adornando mi arrugado cuello, que dejé en una silla
antes de tirarme por el patio de luz. También estuve unos cuantos años esperando
la llegada de mi familia por día de Navidad y mi familia ya no existía. Hace dos
años sentí el terror de ser vigilada y seguida durante la noche; el año pasado
abracé a Morfeo con la ayuda de un frasco completo de tranquilizantes…
El doctor Eladio, cerca de encontrar la explicación psicológica, el porqué de
aquella mujer, se veía intentando recomponer un puzle donde, por cada pieza
colocada, una mano inclemente vertía el contenido de un cubo cargado de más
piezas. Piezas confusas con cantos afilados y amargos de la vida
- Le podría hablar de mi trabajo y de cómo el jefe quiso abusar de mí, o como a
las mujeres nos pagaban menos y menospreciaban. Llevaba casi un año parada y la
depresión va a poder conmigo. Menos mal que el jefe me ha vuelto a reclutar.
Eladio gritó para sus adentros: Eureka. Un rayo de luz lo iluminó. Pidió a
Leonor que esperase allí y entró en una pequeña habitación donde guardaba los
archivos. No estaba equivocado; tras abrir unas cuantas carpetas comprendió que
Leonor fue el año pasado otra y que dos años atrás fue otra y que veinte años
atrás seguía siendo la misma bajo una apariencia distinta. Pero era absurda su
conclusión. Eso no podía ser y él comenzó a sentirse como un auténtico impostor
a pesar de tener constancia de que diagnosticar adecuadamente algo más del
cincuenta por ciento de los casos que se le presentaban, estaba muy por encima
de la media de sus colegas. De ahí el ganado prestigio. Más confuso aún salió de
aquel cubículo.
- Don Eladio ¿Me podría hacer feliz un segundo? – Leonor indicó ingenuamente con
el dedo que le hiciese una foto.
- Bueno, bueno Leonor – no pudo evitar sentir pena y grima a un mismo tiempo por
la mujer- Ahora después, si no le importa. Le aconsejo que se marche del pueblo,
que se aleje de todas las personas que le sean tóxicas y busque otro trabajo,
uno que le guste y sepa hacer bien.
- ¿Cómo? – Leonor se sintió ofendida– ¿Insinúa que no se hacer bien mi trabajo?
- No, no. Señora. Ni siquiera se en que trabaja pero a todas luces, llevando
casi un año parada, vuelve a trabajar con un ogro de jefe. Parece que usted no
debe…
- ¿Que no lo hago bien?
- No sé si lo hace bien. Ni siquiera me ha dicho su ocupación ¿Es cuidadora de
personas mayores? Lo que está claro es que nadie que le rodea es bueno, ni
siquiera su jefe.
Mire usted, don Eladio, mi jefe no es tan malo. Incluso diría que bueno y mi
trabajo también.
- ¿Y en que trabaja?
- Trabajo de personaje de cuentos, relatos, leyendas y derivados. Soy personaje
en todos los concursos literarios que se hacen en España el día de la mujer
trabajadora. Lo que ocurre es que suelen tener más éxito las desgracias, el
hacer brotar lágrimas de emoción por las injusticias, el asesinato, el
desprecio. ¿Comprende? Pienso que esto me está deformando ¿Me hará la foto? Solo
necesito unas centésimas de felicidad
Don Eladio extrajo el recetario del cajón del escritorio y escribió: “Le receto
a su jefe que le haga un relato en el que a usted, chica joven y de buen ver, le
obsequian con un de viaje para dos semanas. Posología: comer, respirar aire del
mar, contemplar el paisaje y por las noches, para no perder el rodaje,
interprete a una mujer que se harta de hacer el amor con un ligue distinto cada
día y que luego duerme profundamente toda la noche. En caso de no ser efectiva,
duplique la dosis.
- Tenga la receta, doña Leonor. Y déjeme la cámara para hacernos un “selfie”
Autor: Marcial del Pino Chiachío.
(Primer premio del CERTAMEN LITERARIO "8 DE
MARZO" DÍA INTERNACIONAL DE LA MUJER 2020,
organizado por la Asociación de Mujeres Progresistas "Despertar Femenino" de
Porcuna).
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